Traidor

Traidor
Evitando el ablande.

viernes, 29 de octubre de 2010

La saga de la mula, por William Faulkner

“Una y otra vez giraba en redondo la mula, colocando delicadamente sus estrechas pezuñas, parecidas a las de un ciervo, sobre las crujientes médulas de las cañas; balanceando el cuello, tan flexible como un tubo de goma, dentro de la collera; haciendo aletear las desmayadas orejas sobre sus lomos llenos de mataduras y con los ojos medio cerrados -malignamente somnolientos- detrás de párpados descoloridos, aparentemente dormida gracias a la monotonía de su propio movimiento. Algún Cincinato de los campos de algodón debiera ambicionar su humilde destino; algún Homero debiera cantar la saga de la mula y de su función en el Sur. Ella, más que cualquier otra criatura o cosa, fue quien, fiel a la tierra cuando todos los demás flaqueaban ante la fuerza irresistible de las circunstancias, insensible -debido a su maligno y paciente interés en el inmediato presente- a los problemas que destrozaban el corazón de los hombres, rescató al Sur de su postración, apartándolo del tacón de hierro de la Reconstrucción y enseñándole de nuevo el orgullo mediante la humildad, el valor y el triunfo sobre la adversidad; ella fue la que consiguió lo que obstáculos insuperables hacían prácticamente imposible, gracias a su paciencia sin límites y a su espíritu vengativo. La mula no se parece ni a su padre ni a su madre; hijos e hijas no los tendrá nunca; es vengativa y paciente (es cosa sabida que trabajará diez años sin protestar para una misma persona por el privilegio de darle al fin una buena coz); solitaria pero sin orgullo, autosuficiente pero sin vanidad; su voz es una burla de sí misma. Paria miserable, no tiene ni amigos, ni esposo, ni amante ni nadie que la corteje; aunque célibe, no tiene deseos; no posee una columna ni una cueva en el desierto; no la asaltan las tentaciones, ni la flagelan los sueños ni la alivian las visiones; fe, esperanza y caridad no son virtudes suyas. Misántropa, trabaja seis días sin recompensa alguna para una criatura a la que odia, atada con cadenas a otra a la que desprecia, y emplea el séptimo día en dar coces a sus semejantes y en recibirlas de ellos. Incomprendida incluso por la criatura (el negro que la conduce) cuyos impulsos y procesos mentales más se parecen a los suyos, realiza actos que le son ajenos en ambientes igualmente ajenos; gana el pan no ya de una raza sino de toda una línea de comportamiento; mansa, permite que destruyan su herencia junto con su alma al cocerla después de muerta en una fábrica de cola. Fea, incansable y perversa, no se deja convencer ni por razones, ni por halagos ni por promesas; realiza sus humildes y monótonas tareas sin queja y su galardón son los golpes que recibe. Cuando está viva, la arrastran por el mundo, convertida en objeto de general abominación; y sin que nadie la llore, la honre o la cante, deja blanquear sus desgarbados y acusadores huesos entre latas oxidadas, pedazos de loza y neumáticos inservibles en las laderas de colinas solitarias, donde su carne se remonta, ignorante, sobre el azul del cielo, en el buche de los buitres.”

De Sartoris (1929).

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