Traidor

Traidor
Evitando el ablande.

jueves, 18 de marzo de 2010

Pequeña historia de la vida laboral

Hace ya 6 años que le vendo -bien baratito- mi capacidad laboral a una empresa de relaciones públicas. Desde hace 5, más o menos, estoy bajo las órdenes directas de la Gerenta de Finanzas y Recursos Humanos. Ella, hija de rentista inmobiliario, que vivío toda su adolescencia en la torre que está enfrente del Cinemax de Bulnes, que se recibió de contadora en la UBA, que se casó con un abogado, que se mudaron a un country en Pacheco con sus 2 hijos, que van a colegio católico privado, que viviendo ahí se hizo íntima de la mujer del Cholo Simione, que en el verano suelen irse a algún pueblito paradisíaco -o sea, pobre- del Brasil y, en el invierno, con amigas a Miami, que ya avisó que a fin de mes renuncia porque se hinchó las pelotas de viajar una hora en auto para llegar a la oficina en Palermo; que su padre murió recientemente, después de agonizar 2 años porque se le estalló el cerebro y quedó idiota y cuadripléjico, que muerto el viejo se repartió una torta millonaria con su hermana lesbiana; ella, les decía, es la protagonista de esto:
Ayer llegué a la oficina y, después de usar la primera hora reglamentaria de boludeo, miré la planilla donde figuran las tareas del día que tiene la administración, entre ellas las que me corresponden a mi, en la calle. Hay una anotación medio encriptada: "Documentos Av. Callao". No entiendo y pregunto. Ah -me dice ella- te cuento. Te acordás que hace un tiempo me hicieron un poder para hacer trámites en nombre de la empresa. Ni idea. Bueno, a fines de 2008 tuve que hacer un trámite en una escribanía por el tema del embarazo de Verónica, y para eso tuve que llevar el poder. Ayer lo estuve buscando y no lo encuentré por ningún lado, pero anoche, mientras cenaba, me acordé. Ya sé donde puede estar. Cuando salí de la escribanía, como me iba directo para casa, paré a comprar unas cosas en una verdulería. Estoy segura que me lo dejé ahí.
Me proponía entonces, mientras dibujaba un rudimentario planito para que yo pueda ubicar la calle de la verdulería (porque no recordaba los nombres de las calles), que -cuando pudiese, obvio- pase por esa verdulería y pregunte si una señora, hace más de un año atrás, no se había dejado entre las verduras una hojita oficio.

¿Se dan cuenta? Yo quedé shockeado. Pero después pensé en su padre y en ese datito insoportable de la biología humana: las enfermedades congénitas. Y eso me puso contento.

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