Traidor

Traidor
Evitando el ablande.

jueves, 24 de febrero de 2011

Reflexiones de un antropólogo acerca de la lectura en los medios públicos de transporte

Diarios.
La gente lee bastante en el tren. En el ranking de lectura de diarios en el tren lo encabezan Tiempo Argentino y Clarín. Tiempo es de peruca y Clarín de anti-K. Después siguen, lejos en la tabla, Página 12 (que es demasiado progre para el conurbano) y Crónica. La Nación casi ni aporta. Es un diario diseñado con mentalidad de jockey club, demasiado grande para ser leído en el transporte público. Algunos lunes pinta algún suplemento del ilegible Perfil del domingo.
Claro, también están La Razón y El Argentino, que son gratis y que, cuando aparece algún repartidor copado en alguna estación, revientan todas las marcas y compiten entre ellos. Son como un clásico, pero de la B. Y además, para seguir con la vil metáfora futbolística, son campeones de excepción. Es como que salga campeón Banfield o Argentinos: en general no pasa. Clarín y Tiempo son River y Boca del tren.

Libros.
Después están los que leen libros. En el tren, por definición, nadie lee clásicos. La gente del tren lee boludeces, que para eso se inventó el tren; lee los ladrillos que escribe Ken Follet (que no sé si será hombre o mujer) o individuos así, que deben vivir tocando pibes en su mansión en medio de un bosque canadiense. En el tren la gente lee cosas que se llaman El psicoanalista del pánico o El ascensorista o huevadas por el estilo de ochocientas y pico de páginas traducidas al español neutro. No hay un motivo conocido para que esto suceda. No son libros baratos, aunque las tapas, como en el videoclub, venden. De todos modos no se explica por qué en vez de pajearse durante 500 hojas con Will Smith (¿o ése era un negro?) no se leen unos buenos clásicos, que en general son más cortos. No te digo que te leas el Quijote, pero ponele que te leés El extranjero o La metamorfosis o El viejo y el mar o El banquete y de paso te cultivás un poco con libros cortos. Como culear: es más sano, más seguro y es mejor.

Pero, ¿es una aventura leer en el tren?
De una. Es lo más zarpado que te puede pasar en tu vida. Es mejor que la falopa, la guerra, el amor, el tenis, la guita y el sexo. Y hablando de sexo, están esas minitas que leen unas novelas pseudo pornográficas con tapas con dibujos de unos garotos rubios de súper pectorales agarrados al timón de un barco. No sé si están muy solas o mal atendidas o sus parejas no conocieron el viagra ni la autoestima ni el amor, pero da la impresión que “a cacique no se coge”. Leen cosas escritas por una tal Florencia Bonelli, que debe ser el pseudónimo de un alto pajero. Chicas: esas novelas no son una aventura. Si les arde, en vez de consolarse con esas aventuras húmedas de cautivas sufridas e indígenas de bulto turgente, ¿porqué no se encaman con su jefe? Eso sí que tendría una buena cuota de pasión, peligro, goce, aventura… Además, lograrlo es más fácil que cagar en cuclillas, ¿o se creen que el gordo llegó a ser jefe a base de escrúpulos?

Forros.
Forrar la tapa del libro que estás leyendo con papel de diario u otro es de puto cagón. Si estás leyendo el libro de Víctor Hugo y Perfumo no te hagas el existencialista para interesarle a la mina esa del escote. Suponete –algo que no va a pasar nunca- que te dé bola y te vayas con ella a una pizzería de la vuelta de la estación a tomar un café. Suponete que justo ése día tenés platita en el bolsillo para pagar los cafés y, si se da, un telo. Ella, en la mesa de la pizzería, te pregunta interesadísima: ¿qué leés? ¡¿Y vos qué carajo le contestás?! ¡¿La insoportable levedad del ser?! Mejor no jugarse a decepcionar. Andá de frente mantecol con tus 100 mejores cuentos de gallegos 2 compilados por Pettinato y jugate a que te amen así como sos, lindo.


Apuntes.
Si sos un pibe del conurbano que está ansioso por recibirse de contador para llegar a ser como Boudou, seguro te la pasás leyendo y subrayando tus apuntes subido al ferrocarril. No lo hagas con birome, porque el puto tren tiene la costumbre muy puta de moverse todo el tiempo y podés terminar tachando algo. Ojo que en una ecuación, un menos oculto bajo un rayón de birome puede significar un aplazo a futuro y, todavía más a futuro, que nunca puedas manejar el Anses. Se recomiendan esos resaltadotes que son tan lindos y te hacen quedar menos ratón.

Internet.
Existen enfermos y, sobre todo, enfermas, que viven de leer cada mensaje que les entra al facebook desde su screen-touch-berry-black o los twits de los músicos que admiran acerca de la coyuntura política nacional. Esas frases escritas para el culo por sus compañeros de secundaria son toda la literatura que necesitan consumir para sentirse realizados y serenos al final del día. Bien por vos, boluda, pero sabé que está comprobado que no desconectarse nunca aumenta los niveles de stress y, a la larga, provoca frigidez. Además, ¿para qué te hacés la millonaria globalizada si estás en un vagón de tren con olor a faso? Si ya sabemos todos que ese telefonito de mierda te lo compraste en Villazón por 200 p. Si sos tan fan de tu telefonito, hacé como hace el resto, que tan generosamente pone cumbia con el parlante a todo lo que da para que lo oigamos todos.


Una última reflexión.
Dado que Borges se quedó ciego leyendo en un tranvía –que es casi como un tren- cabe preguntarse: ¿vale la pena que lo último que veamos un nuestras vidas sea esa carilla redactada por el boludo de Ari Paluch? ¿No valdría más llevarnos puesto como recuerdo del mundo visual el contorno hermoso de una villa del GBA al atardecer o la imagen electrizante de unas calzas bien comedoras moviéndose al ritmo del ferrocarril?

 
Fin.
Ari Paluch NO es boludo.

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