Traidor

Traidor
Evitando el ablande.

miércoles, 5 de mayo de 2010

Leyendas

Cuenta la leyenda (si es que es una leyenda y no uno de los ya clásicos, pero no por eso menos perversos, truquitos de marketing que nuestro mundo hipercapitalista nos ha legado) que Chuck Palahniuk, el millonario escritor yanqui, leía su no-tan-agradable cuento “Tripas” frente al público que asistía a las presentaciones de sus libros. Resultado de este proceder era que algunos oyentes, quizá los menos fuertes, se desmayaban allí mismo; otros, más cínicos tal vez, sólo se descomponían.
Hay en la historia de la literatura varias “leyendas” por el estilo, creadas alrededor de cuentos, libros o escritores. Recuerdo así, al tun-tún, lo que se decía de “Dublineses”, de Joyce: nadie quería publicarlo en Dublín por temor a que sus personajes fuesen reconocidos al toque, ya que sus nombres y domicilios (apuntados con minucia policial en el libro) eran verdaderos. Finalmente, dicen, el mismo día en que apareció la primera tirada, alguien la compró entera y la quemó en la calle. Lo que se dice un éxito de ventas. Sólo un ejemplar, que quedó en manos de Joyce, sobrevivió a la hoguera.
Otra leyenda, un poco cursi, quiere que William Faulkner escribiera “Mientras agonizo” en seis semanas, mientras trabajaba por la madrugada como bombero en una central eléctrica, con una carretilla dada vuelta como escritorio y un casco de minero como velador. El mismo Faulkner lo desmintió y, además, Faulkner nunca trabajó; pero la leyenda perdura entre los pocos que conocen a Faulkner.
Más acá, en nuestras pampas (?), se cuenta que la primera versión de “Antígona Vélez”, de Marechal, se perdió en fecha cercana a su estreno. A raíz de esto, el futuro poeta depuesto, habría recibido un llamado de la mismísima Señora Eva para pedirle que redactase una vez más el libreto de la obra en cuestión. Dicen.
Dicen. Y no sé qué creer.
Hay cientos de estos relatos, de estas leyendas. Uno las oye por ahí y las repite. Otro las pone en su libro de memorias, siempre aclarando que la oyó de boca de un tercero, por supuesto, de su total confianza.
Claro, uno parece un refutador profesional de leyendas diciendo esto. Pero no es así. Recuerdo una historia sobre el mentado “Tripas” de Palahniuk: una mujer grande y sin salud, solterona compañera de trabajo mía, estaba estudiando las historias de fantasmas. Quería escribir un libro sobre el tema. Su método investigativo consistía en ir a una librería y comprar todos los libros relacionados con fantasmas, aparecidos, espíritus, etc., etc. Luego los leía y volvía a la librería (o a otra, tanto no sé) y compraba más, y así. Un buen día compró “Fantasmas”, de Palahniuk, seguramente sin saber qué era. Yo estaba allí, en la fúnebre oficina que compartíamos, el día que empezó a leerlo. Leyó unas páginas y lo dejó en stand-by en su mesa. Yo lo vi y supe qué era aquel objeto (ya conocía la leyenda), me di cuenta de lo que iba a pasar. Pero no dije nada, no supe cómo hacerlo.
Al otro día la vieja faltó al trabajo. Al otro también. Y al otro. Pasó un fin de semana y el lunes llamó al trabajo diciendo que se sentía mal. En realidad estaba borracha, todos sabíamos a qué dedicaba sus horas libres. Pasaron quince días y no volvió. Cuando finalmente lo hizo, tenía la cara estropeada: se había caído por la escalera de la casa (imaginen en qué estado) y no paraba de temblar (imaginen por qué). Luego la mujer dejó de trabajar y se jubiló.
El segundo cuento de “Fantasmas” es “Tripas”. Mi teoría es que, más allá de su afición por el líquido espirituoso, la lectura del cuento la desestabilizó emocionalmente y causó la debacle.
No sé. Capaz es mentira: uno puede ser un refutador profesional o un siervo al servicio de la industria, que propaga cuentos y leyendas con el pedestre fin de aumentar ventas a otros…

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