Traidor

Traidor
Evitando el ablande.

miércoles, 26 de diciembre de 2012

Trenes y literatura argentina






Hoy leo un post de El Viajante del 16 de diciembre titulado Trenes,trenes, trenes. Ahí, como es obvio, el Viajante habla de ferrocarriles. De su lugar como tópico en la literatura inglesa que tanto ama y, en contraste, de su ausencia, en detrimento del automóvil, en la literatura estadounidense.

De la literatura argentina, dice el Viajante, no recuerda ninguna mención al tren. Así, haciendo rápida memoria, yo alcanzo a recordar varias. Algunas significativas y otras anecdóticas, de importancia menor.

Si quieren, hagamos mención a líneas de ferrocarril completas. En primer lugar coloquemos la que posiblemente sea la más importante. El tren de Constitución llevando a Dahlmann hacia su destino trágico en El sur, del tan amado/odiado-por-el-Viajante Borges. Imposible olvidar tampoco al Central Argentino, que albergó los juegos y desdichas de las protagonistas de Final del juego, cuento de Cortázar que cierra el libro homónimo de la década del ´50. Como última línea ferroviaria queda el la del Oeste, transportando al desesperado Erdosain hacia Ramos Mejía y vuelta a Miserere, en Los Siete Locos y Los lanzallamas.

En Los pasajeros del tren de la noche, el gran Fogwill relata la llegada a un pueblo de soldados presuntamente muertos en guerra. El tren los trae de noche y a escondidas, como fantasmas. El cuento podría pensarse como alusión a la llegada, también a oscuras y a escondidas, de los soldados de Malvinas, pero está fechado en 1981 por lo que, más bien, es una profecía cumplida.

Algún tren más queda perdido entre las letras nacionales. El narrador de Plata quemada, de Piglia, se entera de los sucesos que cuenta la novela en un viaje en tren por el norte argentino. También el comandante Prado cuenta como a los 14 o 15 años su familia lo deposita en el tren hacia Chivilcoy para entregarlo al ejército. La partida es de donde ahora está la Plaza Lavalle, frente al Teatro Colón, y de allí va sin escalas a la vida de los fortines. El libro es Guerra al malón, y forma parte de una zona poco explorada de nuestra literatura que es la de las narraciones de campañas militares y/o científicas a lo largo de nuestro territorio.

Se lamenta el Viajante por la falta de literatura de viajes en nuestro canon nacional. Pero quizá libros como el del comandante Prado, como Una excursión a los indios ranqueles, como las memorias de Clemente Onelli y el Perito Moreno sobre sus exploraciones en la Patagonia o Viaje a caballo por las provincias argentinas, de un tal William Mac Cann (que creo recordar que era escosés), todos con muchos caballos y pocas locomotoras, deberían empezar a ser leídos en ese sentido.