1
Las blancas nubes
llegaron
como aves
y el sol se
ocultó.
Sopló el viento
y bailó
sin sonido
la
copa del árbol.
El claro manantial
cesó en su eterno brotar
y la piedra se secó.
El pequeño zorro gris
sabiendo de qué se trataba
corrió a su
escondite.
Las olas
lamieron
la arena
por última
vez.
Luego
se aquietaron.
Los peces
del río
nadaron.
La roja rosa
roja
floreció
junto a la
gruta.
El gorrión
de suaves plumas
infló su
pecho
sin cantar.
Asustada
huyó
hacia el
monte
la serpiente.
La langosta partió
dejando atrás
el árbol
pelado. La
estación
de las flores
ya
no
volvería.
Venía
el Cielo,
tragaba
el Fuego
que
no descansa.
2
Venía,
tragaba,
estaba presto.
Se estremeció
calladamente
la tierra de los hombres.
La urbe detuvo su andar,
el
grillo
cantó
sólo
una
vez
más.
El temor
cubrió los corazones.
Cada madre
buscó a
su hijo.
Dejó su arma
el cazador
y el alegre bebedor
volvió a su
casa.
El esclavo
dominó
su pánico
y contempló
sus pesadas
cadenas.
Sonrió.
Miró el hombre
al Hombre
y comprendió.
Su espíritu
permaneció
quieto,
expectante.
El rumor zumbante
de la plegaria
se apagó
y enmudeció
la candela
en el templo.
El
mendigo
ciego
aliviado
oyó
aquel
silencio
de media
hora.
3
Venía,
como ladrón en la noche.
Siete templos cayeron
sin
estrépito
como estrellas
y sólo una columna quedó muda
y en pie.
Una piedra blanca
diminuta
con un nuevo nombre escrito en ella
rodó
hasta los pies del justo
revelando así
el secreto.
El suelo devolvía a
las antiguas viejas olvidadas enterradas generaciones, resucitadas luego de
siglos de tormento sin esperanza, de paz incomunicable a los vivos, de anhelo,
y luego de décadas de amores, odios, hastío y violencia, hambre y
frustraciones, siglos y siglos y siglos de aislamiento. Y cada demonio
reclamaba su parte y trabajaba en llevar agua a su oloroso molino. Y había
lucha, porque los ángeles no cedían en su empeño y su acero rebanaba miembros
que caían sin vigor en ningún lado crispados aún, y había fuego y luz y
sombras, porque de la luz viene la sombra; lucha resignada porque al final, no
estaba en ellos el obtener la victoria o caer derrotados porque ya todo había
sido decidido y escrito en otros tiempos y aún los perdedores, estúpidamente,
habían estado de acuerdo. Y esto era negado por los primeros necios, aunque los
demás corrían a orar, y los que poseían la esperanza en el signo sonreían sin
sorna, con reposada beatitud.
4
Y los objetos quedaron inertes
olvidados
por sus dueños,
algunos
suspendidos
y otros
tirados.
La materia cambiaba.
Y ya todos sabían
oían la música en su interior,
miraban, buscaban,
elevaban la visión
y caminaban hacia allí.
Y la bóveda gris se agrietó.
Y la luz surgió como rayo.
Y estando repleto el monte,
el signo magno apareció
y el que escudriña las entrañas
y también los corazones
se adelantó
envuelto en silencio
y dijo:
He llegado.