Me senté a comer en el lugar de
siempre, en una mesa contra la ventana. Había unos tipos con unas
máquinas asfaltando la calle.
Las máquinas eran de Maquivial, la que
en los '90 esponosreó a Platense y le hizo la tribuna visitante a
cambio. Maquivial queda en Don Torcuato, que queda en Tigre.
Un camión con acoplado iba vertiendo
el asfalto en piedritas en una máquina zarpada que, a su vez, iba
veritiendo el asfalto en la calle formando una cinta negra y rugosa.
A la máquina la manejaba un tipo desde arriba. Al costado iba otro
tipo, ajustando unas perillas y perforando la cinta asfáltica con un
fierrito. Atrás, a pie y a cada lado de la cinta, iban unos tipos
con una especie de repasador de pisos de fierro. Iba uno de cada
lado, emparejando el asfalto. El del lado de la vereda era más viejo
que el otro y mucho más lento y menos prolijo.
Pedí costilla de cerdo con puré de
papas.
Atrás de todo eso venía una
aplanadora. Unas mangueras le tiraban agua permanentemente a las dos
ruedas de acero gigantes de la aplanadora. Esta máquina aplastaba el
macadán, lo compactaba.
Los gallegos le dicen macadán al
asfalto porque parece que a este modo de asfaltar lo inventó un tal
MacAdam. Gracias, Bruguera, por tus traducciones.
La moza era un gordita petisa, rubia y
con los costados de la cabeza rapados. Era amable. Una familia de
chetos sentada en una mesa grande la estaba volviendo loca.
A la aplanadora la manejaba un tipo
bastante viejo también. Dejaba el asfalto plano pero granulado a la
vez. También la aplanadora dejaba un reguero marrón de agua con
óxido.
Llegó mi plato. En vez de una
costilla, como esperaba, vinieron dos. Estaban buenas, a punto, pero
parecía como si la plancha hubiera estado sucia, como si antes se le
hubiera quemado algo al cocinero y no hubiese podido limpiarla bien.
Primero un auto se metió por la calle,
que estaba cortada. Un viejo en una mesa cercana a la mía se indignó
con el pelotudohijodeputa que estaba metiéndose así por un lugar
tan notoriamente clausurado. Uno de los tipos que estaba trabajando
en el asfaltado también se indignó. Estaba fumando un pucho y
gesticulando caliente. Cuando se bajó el vidrio resultó ser que el
pelotudohijodeputa era una pelotudahijadeputa que vivía en esa
cuadra o algo así. Finalmente el tipo la dejó pasar.
El puré estaba hecho con toda la mala
leche del mundo. Tenía un sabor a hospital increíble y estaba
apelmazado a más no poder. Era como silo hubieran calentado mil
veces al microondas.
Después se metió una moto, esta vez
sobre el asfalto recién colocado. El motoquero frenó, pegó la
vuelta, se subió a la vereda y siguió por ahí. Entonces los tipos
que estaban trabajando decidieron que era un buen momento para poner
una cinta a lo ancho de la calle prohibiendo el paso sin
ambigüedades.
Los chetos de la mesa pedían
milanesas, pepsis, suspendían las milanesas y las volvían a pedir.
Arriba de ellos estaba el televisor. TyC mostraba los goles de los
argentinos en el mundo. Un tal Bordaberri clavó un golazo mano a
mano con el arquero. Definió poniéndose medio de costado justo
antes de patear, como mostrándole al arquero lo que iba a hacer y lo
imposible que era que lo detuviese.
Ahora el indignado de la mesa estaba
indignado por no sé qué materiales de construcción que no le
entregaban. Se lo contaba a sus dos compañeros diciendo que eran
todos una manga de hijos de puta.
Pero la costilla estaba muy bien.
La moza se había ido al baño o algo
así.
El tipo de la máquina grande paró
todo, abrió una especie de baúl y sacó un envase de coca de
plástico retornable. Se lo pasó a otro que estaba abajo y que tenía
un billete de diez pesos en la mano.
Los chetos hablaban de cómo votar. Una
chica joven no había votado en las PASO y no estaba segura de poder
votar el 27 de octubre.
Sonaba de fondo una música en francés,
como música country en francés. La mina que atendía el mostrados
tenía unos tatuajes grossos en cada brazo.
Llegó otra moto. Se le había enredado
en la rueda de atrás la cinta preventiva que acababan de poner los
tipos que estaban trabajando. Se detuvo sobre el asfalto nuevo y sacó
la cinta. Se dio vuelta y se fue.
El puré se me estaba atrancando en el
estómago. Como si hubiera tragado boligoma.
Ahora TyC mostraba a Messi con sus
cuatro balones de oro. El zócalo decía algo del libro Guinness del
fútbol. Una cheta vieja decía “ah, joven, si recién jubilado,
joven”.
Me agarró sueño y pedí la cuenta.
Justo en ese momento parece que todo el mundo pidió la cuenta.
Almorzar tarde me cae muy pesado. El
puré me estaba quemando el estómago.
El indignado hablaba por celular. Una
vieja cheta miraba su blackberry con funda celeste de goma. Entró
una mina joven a la que toda la familia cheta parecía estar
esperando. Explicó que con esos zapatos se había caído tres veces
y todos se lo festejaron mucho. Incluso un pibe joven con cara de
pelotudo que probablemente fuera el hermano así que no debía de
tener ningún interés en levantársela. Igual le festejó mucho la
anécdota. Increíblemente. Una de las viejas chetas le dijo a la
moza “ahora sí, la milanesa”.
Llegó el tipo con la coca y todos
tomaron. El nuevo record de TyC era el arquero con más goles
convertidos en un solo partido: Chilavert.
Esa gente cheta no parecía tener
ninguna obligación. Era mediodía pasado de día de semana y estaban
todos ahí festejando que la piba esa se había caído tres veces.
87% de certeza de que eran felices.
Pagué y me fui. Miré a la moza para
saludarla pero estaba de espaldas y me fui.
Cuando salí me desvíe unos metros
para la derecha y pisé el asfalto blandito y calentito con mis
zapatillas. Blandito y calentito como el puré que estaba en mi
panza. Y pegajoso. Las zapatillas se me pegaban a la vereda al
caminar y tenía sueño y puré choto en el estómago y esa gente era
feliz un miércoles al mediodía.