-¿Brasileras?
-Sí, brasileras, blancas, de este
tamaño…
-Pero hay que ser un boludo para
ir a comprar justo ahí…
-¿Y qué querés?
-Ta bien que te compres un
jogging, una camiseta de fútbol, ¿pero un caniche toy?
-Les dan esteroides, anabólicos,
no sé qué mierda, y quedan infladitos, vos ni te das cuenta. El hocico medio
que les desaparece, están mofletudos. Te los llevás a tu casa en una cajita,
porque la gracia de esos perritos es que son así, mínimos, y entonces, recién
ahí, ves que hay algo que no es normal.
-¿Quién te contó?
-Le pasó a mi cuñada. Se lo llevó
a sus pibes. Estaban chochos. Pero al poco tiempo, no sé, un par de horas, van
y le dicen “Ma, le pasa algo al perro este”. “¿Qué le pasa?”, dice ella. “No
ladra, ¿no?”, les dice enseguida a los pibes, ya dándose cuenta de que en todo
el viaje el caniche no había ladrado ni una puta vez. “No, no”, le dice la más
grande, “No es eso, es que está caminando por la pared de la cocina”.
Luis se ríe y Julio toma un sorbo
de café. Sigue:
-“Bueno, debe estar saltando”,
piensa y dice ella casi al mismo tiempo, pero a la vez está pensando en que el
bicho no ladró ni una sola vez desde que lo compró. Y los pibes le dicen “no,
no, no está saltando, está caminando por la pared”. Entonces va a la cocina y
el caniche hijo de puta está arriba de la mesada, parado en dos patas,
mordisqueando una manzana de la frutera. Y ella va y lo agarra y lo vuelve a
guardar en la cajita y les dice a los chicos “a este perro le pasa algo, así
que no lo jodan”.
Julio vuelve a tomar café.
-¿Y entonces?-, dice Luis.
-Cuando llega mi hermano a la
casa, quiere ver el perro nuevo, y ella le dice otra vez lo mismo que a los
chicos: “a este perro le pasa algo”. Mi hermano va hasta la cajita, abre y ahí
está el bicho, sin ladrar, sin hacer nada, acurrucado. “Vamos al veterinario”,
dice mi hermano. Entonces van y lo llevan y mi cuñada le dice al veterinario “a
este perro le pasa algo” y le cuenta que los chicos dicen que caminó por la
pared. El veterinario lo revisa y le dice “esto no es un perro, es una rata”.
-¡Qué hijo de puta!
-Y ahí les dice que es una rata
brasuca y todo lo otro.
-¿Y qué hicieron con el bicho?
-Lo tiraron a la mierda por ahí,
capaz que ya se murió o se fue a vivir a los caños. O a lo mejor lo juntó algún
otro pelotudo y todavía piensa que tiene un caniche toy en la casa.
-O sea que hasta los caniches son
truchos en La Salada.
Ahora el que se ríe es Julio, que
contesta:
-Y sí…
-Bueno-, salta Luis. –A una vieja
que vivía arriba de lo de mi vieja también le pasó algo, no parecido, distinto.
Julio agarra un sobrecito de
azúcar del plato y sonríe. No dice nada.
Luis sigue:
-Vivía sola la vieja. Y se compró
o le regalaron una boa. De esas constrictor. Le daba de comer todos los días.
La tenía suelta por la casa, viste, esos bichos son enormes, no los podés tener
en una pecera. Al principio todo bien con la víbora. Hasta dormía con ella, en
la cama. Pero al tiempo la vieja empieza a notar un par de cosas raras como que
la víbora se come cualquier cosa. Ella entra a la cocina y la encuentra
comiéndose paquetes de fideos. Pero enteros, con envoltorio y todo. Latas,
rollos de servilletas. Cosas así. La boa empieza a comer más y más, cualquier
cosa come.
-¿Y la vieja?
-La vieja se preocupa un poco. “A
lo mejor se está queriendo purgar”, piensa. Y le habla por teléfono al hijo,
que vive afuera, en otra provincia, para que cuando venga a visitarla la
acompañe al veterinario a ver qué le pasa, porque ella sola no puede ir con ese
pedazo de animal. “No te preocupes”, le dice el hijo. “Yo voy en dos semanas y
la llevamos”. Bueno, la vieja se queda tranquila. Mientras tanto, va notando
que la boa, a la noche, se le acomoda todo a lo largo del cuerpo. ¿Entendés?
-No, ¿cómo?
-Claro, la víbora ya no duerme
enroscada, como antes, duerme pagada a ella, estirada al lado de su cuerpo.
-Ah, sí, sí. Dale.
-“Debe estar buscando calor”,
piensa ella, que ya está encariñada con la boa. Esto se lo comenta al encargado,
que es el que se lo dice a mi vieja. Bueno, pasa el tiempo. La vieja sigue
esperando que llegue el hijo a la ciudad. Mientras tanto, la boa come como la
puta madre y se va haciendo más grande, va engordando. Llega un punto en que es
casi tan larga como el alto de la vieja.
-¿Voy pidiendo la cuenta?-,
interrumpe Julio.
-Dale, si lo ves al mozo…
-Bueno, ¿y?
-Bueno, al final llega el hijo un
buen día. Primero toca el portero eléctrico y no le contesta nadie. Abre la
puerta de calle con su llave y justo se cruza con el encargado, que lo conoce,
y le pregunta si su madre salió a la calle o algo así. El encargado le dice que
la verdad es que hace varios días que no la ve. El hijo sube hasta el depto,
toca la puerta, por convención nomás, y ahí abre con su llave. El encargado va
con él recorriendo las habitaciones de la casa, llamando a la vieja en voz
alta. Cuando llegan a la pieza la encuentran. La boa ya tiene casi todas las
piernas adentro de la boca, ¿viste cómo dilatan la boca para comerse un
antílope?, bueno, así. La vieja no se mueve. Después del primer susto, entre el
encargado y el hijo a la boa la hacen cagar a cuchillazos, a palazos, no sé.
-Y la vieja con las piernas
hechas mierda, me imagino…
-Sí, calculo que sí. ¿Pero
entendés? La víbora la había estado midiendo todo ese tiempo y había estado
engordando para comerla. Y la vieja toda encariñada, preocupada por la salud
del bicho.
-Y la encuentran justo a tiempo…
-No, ¡¿qué justo a tiempo?!
Cuando el hijo y el encargado la encuentran, la vieja ya cagó fuego en ese
momento, porque la boa antes de comerte se te enrosca alrededor del cuerpo y te
estrangula, te hace mierda los huesos, te asfixia. Tendrían que haber llegado
un día antes por lo menos.
-Jodido-, comenta Julio
sonriendo, y levanta la mano mirando al mozo. Cuando el mozo le devuelve la
mirada, él le dice:
-¿Me cobrás?
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