Hoy leo un post de El Viajante
del 16 de diciembre titulado Trenes,trenes, trenes. Ahí, como es obvio, el Viajante habla de ferrocarriles. De
su lugar como tópico en la literatura inglesa que tanto ama y, en contraste, de
su ausencia, en detrimento del automóvil, en la literatura estadounidense.
De la literatura argentina, dice
el Viajante, no recuerda ninguna mención al tren. Así, haciendo rápida memoria,
yo alcanzo a recordar varias. Algunas significativas y otras anecdóticas, de
importancia menor.
Si quieren, hagamos mención a líneas
de ferrocarril completas. En primer lugar coloquemos la que posiblemente sea la
más importante. El tren de Constitución llevando a Dahlmann hacia su destino
trágico en El sur, del tan amado/odiado-por-el-Viajante Borges. Imposible
olvidar tampoco al Central Argentino, que albergó los juegos y desdichas de las
protagonistas de Final del juego,
cuento de Cortázar que cierra el libro homónimo de la década del ´50. Como
última línea ferroviaria queda el la del Oeste, transportando al desesperado
Erdosain hacia Ramos Mejía y vuelta a Miserere, en Los Siete Locos y Los
lanzallamas.
En Los pasajeros del tren de la noche, el gran Fogwill relata la
llegada a un pueblo de soldados presuntamente muertos en guerra. El tren los
trae de noche y a escondidas, como fantasmas. El cuento podría pensarse como
alusión a la llegada, también a oscuras y a escondidas, de los soldados de
Malvinas, pero está fechado en 1981 por lo que, más bien, es una profecía
cumplida.
Algún tren más queda perdido
entre las letras nacionales. El narrador de Plata
quemada, de Piglia, se entera de los sucesos que cuenta la novela en un
viaje en tren por el norte argentino. También el comandante Prado cuenta como a
los 14 o 15 años su familia lo deposita en el tren hacia Chivilcoy para
entregarlo al ejército. La partida es de donde ahora está la Plaza Lavalle, frente al Teatro
Colón, y de allí va sin escalas a la vida de los fortines. El libro es Guerra al malón, y forma parte de una
zona poco explorada de nuestra literatura que es la de las narraciones de
campañas militares y/o científicas a lo largo de nuestro territorio.
Se lamenta el Viajante por la
falta de literatura de viajes en nuestro canon nacional. Pero quizá libros como
el del comandante Prado, como Una excursión
a los indios ranqueles, como las memorias de Clemente Onelli y el Perito Moreno
sobre sus exploraciones en la
Patagonia o Viaje a
caballo por las provincias argentinas, de un tal William Mac Cann (que creo
recordar que era escosés), todos con muchos caballos y pocas locomotoras, deberían
empezar a ser leídos en ese sentido.